¡Abrázame si me ves llorar!
Se acerca el fin de año y con él la nostalgia por los que ya no están va en aumento. Los que hemos sufrido pérdidas de seres queridos sabemos que estas fechas nos pegan muy duro y a veces hasta nos preguntamos por qué pero es más que obvio, son fechas para reencontrarnos en familia y eso genera que la ausencia de alguien se haga más evidente.
Llevo cuatro años viviendo estas fechas sin mi hija y no ha sido nada fácil, y como lo he dicho en otras oportunidades, lo más difícil sigue siendo el entorno.
En mi caso, el primer año fue el más duro, no hubo un minuto que no tuviera un nudo en la garganta, y cuando no lo tenía era porque ya estaba llorando. Quería recordar, estar en silencio, pensar o sólo llorar. Pero no siempre podía. A veces llegaba alguien de la familia a interrumpirme esos momentos; aunque lo hacían con las más sinceras intenciones de ayudarme, eso significaba cortarme cualquier oportunidad de desahogo. Otras veces, al igual que muchos en la misma situación, prefería seguir con el nudo en la garganta para evitar incomodar a los demás, pero somos nosotros los que finalmente nos hacemos más daño.
Cómo me hubiera gustado que alguien le hubiera dicho a todos con los que convivo, y más en estas fechas, que yo necesito llorar, que lo único que quiero por estos días es desahogarme, recordar y poner las canciones que me acuerdan de ella para seguir llorando. Que lo único que necesito es que me abracen y no que me pregunten Qué tienes? Creo que es evidente por qué estoy llorando, no hagas preguntas que nos pueden poner incómodos a los dos. Evita decirme "ánimo, no te pongas así", no te sientas mal por mí, yo convivo con este dolor todos los días de mi vida en silencio, hoy sólo lo quiero soltar. Aprende a abordarme, sólo necesito tu apoyo con una palmada en mi espalda, un abrazo, tu compañía o simplemente comprensión de cómo quiero yo hacer catarsis. Anda, pregúntame cómo estoy o cómo me siento por la ausencia de mi hija, tranquilo, no me estás recordando nada, yo lo tengo presente las 24 horas del día, cada día de mi vida, con eso me estás diciendo que tú también la recuerdas y eso es más que una palabra de aliento, es sentirme acompañada, no me estás haciendo daño.
Acolita todas mis locuras, porque eso es lo que parece frente al mundo. Me acuerdo que el primer y segundo año las bolas de mi árbol de navidad fueron reemplazadas por fotos de mi bebé, y en el árbol cantaron regalos de parte de ella para alguien. Fui muy feliz porque me lo respetaron. Yo sé que en el fondo pensaban que me estaba enloqueciendo, pero lo importante fue que permitieron que lo hiciera y eso hizo parte fundamental en mi proceso de duelo.
Dar el "Feliz Año" sigue siendo tan desgarrador como el primer año porque es un momento en el que estamos reafirmando que nos toca seguir la vida así, aceptando un designio tan difícil de digerir, y eso duele inmensamente. Además, es un momento de una carga emocional fuerte porque todos se abrazan, se desean éxitos y prosperidad y uno sólo está concentrado en su ausencia.
Cada año que pasa ha sido menos duro para mí (porque en otras personas puede ser igual de intenso y difícil) pero lo que sí es más complicado es sentirse cómodo con el tema porque como ha pasado más tiempo, los demás asumen que hay menos recuerdos y no, no necesariamente es así, para uno pueden estar intactos, así que el nivel de represión aumenta porque para ellos ya no es tan evidente por qué estoy de determinada manera: ausente, o menos participativa, callada, o llorando, y por eso nos cohibimos. Trata de entender, pueden pasar años, muchos años, pero para muchos de los que tenemos un hijo en el cielo es como si hubiera sido ayer así que estas fechas son y seguirán siendo, desde mi modo de ver, la ocasión perfecta para liberarnos.
Debería existir un manual que nos eduque frente al manejo del duelo de alguien cercano porque el proceso de quien lo está viviendo depende mucho del entorno, de cómo la gente, la familia y los amigos lo enfrentan, de cómo dejan de verlo como un tabú. Lastimosamente así fuimos educados y nos falta mucho camino por recorrer para que comprendamos que las lágrimas son un mundo maravilloso, son, como dicen por ahí, la limpieza del alma y hay que aceptarlas, darles la bienvenida y dejarlas fluir.
Juana Estrada Robledo, mamá de Salomé, en el cielo, y Luna y Salomón, en la Tierra.
Fundación Salomé Salva una Vida
Presidenta y Fundadora